EL ZAPATERO
Miguel veía con atención al viejo con el que su padre hacía tratos:
-¿Cuánto me va a costar?
-Barato, patrón; cinco cobres.
El precio fue aceptado y el trato se cerró, por lo que dio comienzo los afanes del viejo: Puso sobre el suelo una gran bolsa de lona, de la que sacó un banquillo y los enseres necesarios para reparar el par de zapatos por los que cobraría las cinco monedas de veinte centavos.
La abuela de Miguel, gran observadora, decidió aprovechar la curiosidad de su nieto por el zapatero ambulante, y en los siguientes días, cualquier impertinencia o berrinche del pequeño Miguel, fue reprimida con la misma amenaza:
-Si no te calmas, le diré al zapatero que te lleve con él.
Para reforzar su amenaza, le contó la historia de un zapatero judío llamado Severo, el cual tenía su casa en el sitio por donde pasó Jesucristo rumbo al Gólgota: “Cristo desfalleció, doblegado bajo el peso de la cruz, y los soldados romanos pidieron a Severo que lo dejará descansar un momento en el zaguán de su casa. Severo, no sólo se negó, sino que le pegó con una de sus herramientas y le dijo a nuestro señor: ¡Camina! Jesús le respondió: Me voy, pero tú esperarás a que yo vuelva.” Ahí, su abuela hacía una pausa, y al continuar con el relato, su voz adquiría un tono triste al decir: “Y por siempre, desde entonces, de día o de noche, a través de los tiempos, Severo vaga alrededor del mundo esperando la segunda venida de Jesucristo.” Conciente de que su nieto podría tener dudas, la abuela, terminaba siempre la historia con un: “Si no me crees, pregúntale cómo se llama.”
Las dudas y la curiosidad, llevaron a Miguel a los libros, fue ahí en donde encontró otros nombres del judío errante: Ahasverus o Ahsevero, Asuero, Buttadeu, Isaac Laqueden o Laquedem, Joseph Cartaphilus o Catafilo, Michob-Ader, Salatiel, Samer, Serib-Bar-Elia...; pero Miguel, nunca se atrevió a preguntar el nombre al zapatero que esporádicamente llegaba a reparar el calzado de su familia.
Los libros que leyó en su infancia, lo llevaron a otros, y esos otros, primero a estudiar arqueología, y luego, a especializarse en la arqueología de la primeros tiempos del cristianismo.
Y su dedicación al estudio y a su trabajo le crearon prestigio y fama, sin embargo, Miguel no dejo nunca de indagar en cualesquier libro especializado que caía en sus manos, todo lo que pudo sobre el judío errante, supo así: “Que la leyenda del judío errante no se encuentra en la Biblia, ni en los evangelios apócrifos”; “Que existe la sospecha que dicha leyenda se formó en Constantinopla en el siglo IV; y de ella se conocen dos versiones principales: la de Oriente, citada en el siglo XIII por Mateo de París, monje de san Albano, que hace portero de Poncio Pilatos al judío errante; y la de Occidente, más antigua en Europa que la primera, y de la que se desprende que era un zapatero”; “Que un autor de la Edad Media estableció que cada cien años el maldito sufre una terrible enfermedad de la que se recupera, pues no puede morir sino hasta que regrese Jesús”; “Que Jesucristo vendrá cuando los varones y las hembras se mezclen sin distinción de sexos, cuando la abundancia de víveres no aminore su precio, cuando los pobres no hallasen quien los socorriese por estar extinguida la caridad, y cuando los templos dedicados al dios verdadero sean ocupados por ídolos”; “Que el judío errante sólo lleva cinco monedas de cobre”; “Que el judío errante es, con toda certeza, nada más que una metáfora de la expansión por el mundo del pueblo judío...”
Cuando las monedas de cobre salieron de circulación y sólo se les encontraba en tiendas especializadas; cuando ya nadie recordaba el último artículo publicado por Miguel en las revistas de arqueología; cuando habían transcurrido veinte años de su jubilación; justo entonces, la herencia y el tiempo se posesionaron de su cerebro en forma de la enfermedad de Altzheimer. Las proteínas responsables de la memoria dejaron de producirse en su sustancia gris, y sólo permanecían en ella los primeros recuerdos de Miguel, los que, mezclados con los pocos recuerdos recientes, le hicieron teclear en su vieja maquina de escribir lo que él pensaba sería su mejor artículo; al que tituló: “El sida, la carestía, la falta de altruismo y las sectas religiosas salvarán al judío errante”.
Los editores de los Annals of Archeology no aceptaron publicarlo.
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Bertha Sánchez -