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SANGREyLITERATURA

TREINTA DE AGOSTO.

TREINTA DE AGOSTO.

-El día en que murió Teódulfo Albarrán fue un domingo de plaza. Nosotros nos enteramos cuando estábamos comiendo en la fonda de mi tía Leandra. Todo mundo puede atestiguar eso. Es más, antes estuvimos en la tienda de don Jaime Corrales; a él y a mi tía pueden preguntarles si nos vieron nerviosos. Porque yo digo que alguien que mata a un hombre, seguro se pone nervioso.

 

-Nadie esta diciendo que alguien de la familia lo haya matado- la voz del hijo es condescendiente.

-Pero lo pensaron...

-¿Quién, papá, quién?- interroga la voz del hijo.

-Su familia y la pinche gente chismosa.

 

El hijo intenta decir algo, pero un dedo índice puesto sobre la boca de su hermano menor lo hace desistir, lo mismo que las caras y gestos de sus otros hermanos y hermanas que rodean la cama de su anciano padre.

  

El silencio que sigue le permite a don Canuto llevar sus pensamientos a otro lugar y otro tiempo: al treinta de agosto de mil novecientos catorce, cuando con sus siete años de edad camina tomando de la mano de su madre y tras su abuela paterna que va unos pasos delante de ellos, quien a su vez es precedida por su hijo, que a caballo los encabezaba. La vereda es estrecha y con diversos vericuetos que impiden ver a los que delante de ellos también van o regresan de Arcelia. Fue eso lo que quizá impidió que Teódulfo Albarrán los viera y huyera. “Hasta aquí llegaste hijo de la chingada” dijo su padre al tiempo que apuntaba con su retrocarga al pecho de aquél hombre en una de las vueltas del camino. “¡No hijo, no lo mates!”, oye otra vez don Canuto gritar a su abuela. Luego sus recuerdos se hacen confusos: Gritos, llantos y suplicas de su madre y de su abuela se mezclan en su mente, para finalmente clarificarse en la voz de su padre: “Que te valga hijo de la chingada que mi madre esta aquí” y ¡Zoc!, remata lo dicho con un culatazo a la cabeza de Teódulfo Albarrán, quien primero cae hincado frente a ellos y después, bocabajo y comienza a respirar ruidosamente. Ahí le dejan, y continúan su camino rumbo Arcelia, en donde su padre, todavía malhumorado, compra una nueva culata de madera para su carabina. Cuando han terminado las compras para la despensa de la semana, se dirigen a la fonda de doña Leandra Salgado, parienta lejana de ellos, en donde comen lo habitual: aporriadillo y combas. Es ahí en donde se enteran que Teódulfo Albarrán a sido encontrado muerto al lado de la vereda que comunica Tlalchichilpa con Arcelia.

  

El ejercicio mental que representó ordenar y clarificar sus recuerdos fue agotador para don Canuto, por lo que se duerme por treinta minutos, tras los cuales despierta para preguntar:

-¿Qué fecha es hoy?

-Treinta de agosto- le responde su hijo mayor.

 -Quiero confesarme. Traigan un sacerdote.

Sólo cuando don Canuto ha de confesarse, sus hijos e hijas abandonan el ruedo que hacen a la cama en que su padre pasa sus últimos momentos.

  Por la noche de ese treinta de agosto de mil novecientos noventa nueve, a los noventa y dos años de edad, falleció don Canuto Salgado Salgado. A su velorio, sepelio y novenario no acudió ningún miembro de la familia Albarrán.

1 comentario

Bertha Sánchez -

Hola Ricardo. Tomando en cuenta que escribes de "una sentada" como se dice, este cuento del 30 de agosto está bastante bien escrito, sólo que sé que no tienes tiempo para pulirlo, un poquitito más, con lo cual quedaría "a pedir de boca" saludos...