EL HIJO DEL DIABLO
-Padre, a mi esposa la visita el diablo.
-¿Qué dices, hijo?- preguntó el sacerdote para que le repitieran lo que ya había oído bien.
-Padre, hágale un exorcismo a mi esposa.
El padre ya no preguntó más y salió del confesionario para encontrarse con un adolescente al que le calculó no más de diecisiete años de edad. La casa, que al otro día por la mañana visitó el padre Román, era una más de aquellas construcciones pueblerinas de techo de tejas y amarillentas paredes. En su interior, postrada sobre un petate, Luciana, sus quince años y la esquizofrenia que en ella iniciaba, esperaban la llegada del diablo; y así se lo hizo saber al padre Román al decirle:
-Pensé que hoy no ibas a venir.
Tan sólo verla, el padre Román supo lo que debía hacer, por ello pidió al adolescente marido que le ayudara a bañarla; y así fue, y lucía diferente Luciana cuando el padre, sin dejar de verla, ordenó al marido que fuera a la iglesia a rezar todos los padresnuestros que cupieran en dos horas. Nueve meses después nació Sebastián, a quien la gente dio en llamar el hijo del diablo, debido a que su madre decía que el diablo la había violado. Ocho meses después de la muerte de Luciana, su viudo se fue a rehacer su vida al país del norte. Seis años tenía Sebastián cuando se quedo sólo en el infierno de aquel pueblo, desde ese momento, tantas diabluras hizo el hijo del diablo, que fue dar más de una vez ante el comisario del pueblo; en la última de ellas, las preguntas fueron: ¿Tás bautizado? ¿Te confirmaron? ¿Ya hiciste tu primera comunión? Al quedar las preguntas sin respuestas, el hijo del diablo fue mandado a la iglesia a ver al padre Román. Allí, dijo en el confesionario:
-Padre, me mandó el comisario con usted. Soy el hijo del diablo.
El padre Román salió a ver al pequeño travieso y le dijo:
-Así que tú eres el hijo del diablo. No te conocía.- Y en un intento para congraciarse con el niño, agrego: -Tú no le hagas caso a la gente. Mira, yo también soy pelirrojo, como tú, y no por eso soy el hijo del diablo.- Luego de que fue conciente de lo que había dicho, el padre Román quiso sonreír pero ya no pudo.
El hijo del diablo, en cambio, después de ver que el cura era pelirrojo, pecoso y de dientes prominentes al igual que él, emitió una sonora carcajada que le devolvió el eco de la cúpula de la iglesia.
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