TRES MARAVILLOSOS DÍAS
Al amanecer se escuchó un largo y lastimoso lamento, al que siguió un susurro que se propagó, de los cuartos contiguos al número nueve, hasta la calle. La vieja vecindad del centro del Acapulco se despertó. Después de los comentarios, necesarios entre los inquilinos, hubo el que sugirió formar las comisiones para recolectar dinero entre los comerciantes y vecinos del barrio. Las comisiones partieron. Tras unos minutos, las mujeres, principalmente las ancianas, fueron las primeras que penetraron al cuarto, y al regreso de las comisiones, algunas ancianas dejaron su lugar a las mujeres jóvenes, pero casadas, que prepararon el café, que servirían en los vasos desechables, y repartirían el pan. Afuera, en el patio, hombres y mujeres, solteros y coquetos, lavaban el piso, en el que se colocarían las sillas, las flores, los cirios en los candeleros de cobre y el ataúd. Cuando hubo que vestir y meter en el féretro a don Pedro, y sólo entonces, les fue franqueado el paso a los hombres de entre treinta y cincuenta años.
Por la noche, los desgarradores lamentos de doña Lupita llegaron a todos los ahí presentes, quienes los interpretaron de diferentes maneras: Le teme a la soledad, Lo debe haber querido mucho, pobrecita, No la deja su conciencia, tan mal que lo trato en vida, Pinche vieja hipócrita... Sin embargo, unos y otros, independientemente de lo que pensaran, le expresaron sus condolencias: Sea fuerte doña Lupita, Mi más sincero pésame, Resignación, doña Lupita, resignación, El consuelo le llegara tarde o temprano, doña Lupita, sobretodo cuando se de cuenta de que ahora él ya no sufre y descansa en paz, Recuerde los momentos de felicidad junto a él...
En algún momento del velorio, le llego la calma y se le vio serena y pensativa; y hasta sonriente, dirían después de la anciana los chismes de vecindad. Nadie podía saber que al estar pensativa, doña Lupita rememoraba la violencia que Pedro ejerció el día en que se la robó sin su consentimiento; o los malos tratos que le dio desde el primer día de su vida de pareja; o el que estos malos tratos se debían a que Pedro la culpaba de ser él impotente...
Tampoco nadie supo que la sonrisa fue porque doña Lupita recordó los únicos momentos felices junto a Pedro. Fueron los tres últimos días en la vida de Pedro. Tres maravillosos días. Los únicos tres días en que ella conoció lo que era un orgasmo. Lo recordaba perfectamente: el lunes anterior, Pedro llego de ver al médico y le dijo: Te tengo una sorpresa. Luego, sin tacto alguno, la despojo de su ropa y la aventó sobre la cama para poseerla con un frenesí inusitado. El martes y el miércoles fue lo mismo: tres violentas posesiones y tres sensacionales orgasmos. El jueves, Pedro amaneció muerto.
El único que en el velorio podría saber algo sobre la sonrisa de doña Lupita era el doctor Quirarte, viejo médico del barrio en el que vivía doña Lupita y sus chismosos vecinos, sólo que éste no dijo nada; aunque sí lo pensó: Pobre don Pedrito, se me hace que abusó de las tabletas de Viagra que le receté. Yo le dije que sólo tomara una al mes porque le podían venir complicaciones cardiacas
Por la noche, los desgarradores lamentos de doña Lupita llegaron a todos los ahí presentes, quienes los interpretaron de diferentes maneras: Le teme a la soledad, Lo debe haber querido mucho, pobrecita, No la deja su conciencia, tan mal que lo trato en vida, Pinche vieja hipócrita... Sin embargo, unos y otros, independientemente de lo que pensaran, le expresaron sus condolencias: Sea fuerte doña Lupita, Mi más sincero pésame, Resignación, doña Lupita, resignación, El consuelo le llegara tarde o temprano, doña Lupita, sobretodo cuando se de cuenta de que ahora él ya no sufre y descansa en paz, Recuerde los momentos de felicidad junto a él...
En algún momento del velorio, le llego la calma y se le vio serena y pensativa; y hasta sonriente, dirían después de la anciana los chismes de vecindad. Nadie podía saber que al estar pensativa, doña Lupita rememoraba la violencia que Pedro ejerció el día en que se la robó sin su consentimiento; o los malos tratos que le dio desde el primer día de su vida de pareja; o el que estos malos tratos se debían a que Pedro la culpaba de ser él impotente...
Tampoco nadie supo que la sonrisa fue porque doña Lupita recordó los únicos momentos felices junto a Pedro. Fueron los tres últimos días en la vida de Pedro. Tres maravillosos días. Los únicos tres días en que ella conoció lo que era un orgasmo. Lo recordaba perfectamente: el lunes anterior, Pedro llego de ver al médico y le dijo: Te tengo una sorpresa. Luego, sin tacto alguno, la despojo de su ropa y la aventó sobre la cama para poseerla con un frenesí inusitado. El martes y el miércoles fue lo mismo: tres violentas posesiones y tres sensacionales orgasmos. El jueves, Pedro amaneció muerto.
El único que en el velorio podría saber algo sobre la sonrisa de doña Lupita era el doctor Quirarte, viejo médico del barrio en el que vivía doña Lupita y sus chismosos vecinos, sólo que éste no dijo nada; aunque sí lo pensó: Pobre don Pedrito, se me hace que abusó de las tabletas de Viagra que le receté. Yo le dije que sólo tomara una al mes porque le podían venir complicaciones cardiacas
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Bertha Sánchez -